- Un caso patológico




N
o acierto a comprender en qué clase de abrevadero sació su sed política el todavía alcalde de Totana, que a estas horas, y tras explotarle en el trasero los mismos cohetes que le lanzaron los de su pesebre cuando, provisionalmente, dejaron sin efecto la imputación de cohecho, se mantiene en el sillón, por más ejemplo que den algunos colegas que ya van arrojando la toalla, pues o no aguantan el sofocón de la imputación o, sencillamente, obedecen a instrucciones de la patronal de Génova para ir disimulando ante tanto bochorno en el ambiente. Y no olvidemos la inclusión del sector textil en estos tufos de corruptelas con los trajes a medida y chalecos papales de bóbilis del gran barón valenciano, objeto ahora de una cruzada justiciera made in Rajoy (una más, ¿y van...?) convocada por los Pericos ermitaños de turno.

Estos alcaldes madrileños que han dejado el sillón por estar imputados (ni mucho menos en la cuantía y el peso en que lo está el totanero) vienen a demostrar que hasta en el choriceopolítico y en la corrupción municipal hay clases y que atrás se van quedando los de peor instrucción y más torpes, como el que nos toca aguantar, mientras los que se retiran –o retiran, tanto da- al menos tienen la condición de haberse acogido a la vergüenza política, una disciplina que Martínez Andreo desconoce, pues él sólo está apuntado a prácticas que lo están desacreditando de por vida. Y mi pueblo, como si no pasara nada. Habrá que llevar este pueblo al psiquiatra, encabezado por sus políticos gobernantes y acompañados, si gustan, por algunos peces más bien gordos de Murcia, capital del choriceo por la gracia de Dios.

A este alcalde que, como si nada, sigue inaugurando, presidiendo, y paseándose en libertad condicional, le va a pasar como a aquel gitano que le hacían un círculo con tiza alrededor de los pies y decía que él no podía salir ni zafarse de aquello. Se ha hecho su círculo, se ha cerrado al exterior, no escucha más que a los suyos y piensa que los votos llevan licencia de cometer cierta clase de delitos que él y los suyos tratan de convertir en actos de caridad al prójimo que lo vota. Vivimos una época lacrimosa.

Está claro -y acudo al sabio refranero español- que “cada uno es como Dios le hizo y aún peor muchas veces”.

¿Algún comentario?

Deja tu opinión aquí

SUBIR