- La “revolución” de la derecha


Ya está por ahí circulando el último invento de la derecha, con sabor a “revolución”, para servir de introito a sus mítines de campaña. A mí me parece muy bien que la derecha española, cuando besa es que besa de verdad, sin frivolidad, como la famosa copla, y que recurra a la mercadotecnia para atraer votos de donde sea, como sea y al precio que sea, incluso mintiendo a toda máquina y echando humo, al grito de “¡Más madera!”, como el tren de los hermanos Marx en el Oeste.

De pronto, atacados de un virus que los ha inflamado de justicia social, solidaridad nacional y otras fiebres terminadas en “itis”, como xenofobitis, zapateritis, “desertitis”, etc., la patronal conservadora, sin haberse curado todavía de la gastritis (la “bajera”, que dirían en la huerta de Murcia) que le produjo las últimas elecciones, anda por ahí alardeando de su “revolución” y de su marea incontenible, sin que falte el contraste entre el folletín de la niña de Rajoy y la acidez mitinera del señor Aznar, absorto más en su condición de comisionista de la pela mundial que de ex-presidente de un país que le vino demasiado grande para sus cortas hechuras.

Esta “revolución” de cartón y papel de periódico, que nos llega en espumante estado gaseoso, hay que enmarcarla dentro de la tradicional vocación de la derecha a recurrir a cualquier término, a cualquier visión profética catastrofista, a la mentira sin paliativos y con mayúsculas, sin el menor reparo ni respeto (no ya hacia los que tienen enfrente sino, lo que es peor todavía, hacia los propios que les aplauden hasta con las orejas), con numerosas incursiones en el terreno de la vileza con tal de sacar votos, sin observar cuestiones tan de respetar como la ética, la verdad, el despropósito, la negación de la evidencia...

La derecha, que busca cobijo en la abstención, sabedora de que le beneficia, quiere impresionar conjugando el verbo ”revolucionar” pero a su modo y manera porque ya me dirán qué revolución es aquella que rechaza a los inmigrantes, se opone a la ley de igualdad de oportunidades, boicotea la asignatura de educación para la ciudadanía, llama analfabetos a los niños andaluces, se arrebuja en las faldas de sus eminencias reverendísimas, que piensan que están viviendo una nueva cruzada franquista.
Una “revolución” especializada en entorpecer cualquier labor del Gobierno, llámese incluso ley de dependencia, búsqueda de la paz frente a los terroristas, y hasta encubrir bajo sus siglas a sus políticos corruptos. Una “revolución”, en fin, que suspira por tiempos pretéritos, a golpe de pito, que sigue prometiendo agua para todos sin soltar una gota para que España verdee con campos de golf para ejecutivos, sin dar cuartel a sus odiados rojos que gobiernan, aunque sí cobertura a la corrupción urbanística repartida por buena parte de la geografía nacional, con la Región de Murcia ocupando puestos de “champions”.

En esta “revolución” de salón de té y minué deben figurar algunas de las cosas que están sucediendo en Totana. Una “revolución” que permite a un alcalde excarcelado seguir en su puesto, mientras parte del pueblo lo ensalza por su condición de preso, ya que, en su peculiar doctrina y catequesis, aquí sólo es delito robar o, valga la expresión, “aproximar el cazo”. La vieja España, que no sale de su asombro ante tan deplorable y rocambolesco bodrio político, ya se refiere al “caso del alcalde de Totana”, dejando el “tótem” a un lado. No es para menos. Las cosas, por su nombre.

Caso éste que no tiene nada que ver con ese antiguo y conocido dicho de “El alcalde de Totana, que se murió de pena porque a un vecino le hicieron un chaleco corto”, que encontramos en los manuales de expresiones populares sobre los pueblos españoles, aludiendo al inusitado interés y el sentimiento de aquel alcalde por su prójimo. Dicho que podríamos extrapolar a los sucesos de Totana a tenor de los juicios –algunos, regocijantes- vertidos por sus seguidores en su intento de rechazar y condenar su proceso de encarcelación, muy cercano a posiciones surrealistas, metiendo en el mismo saco condenatorio popular a jueces, tribunales, cuerpos especiales de la Guardia Civil, prensa canallesca, oposición, ciudadanos de izquierdas, gente de a pié que pasaba por allí, el apuntador y hasta el mismísimo sursum corda, amén.

En un periodo tan “revolucionario”, tengan especial cuidado porque en estas circunstancias suelen rodar cabezas, así que hagámonos a un lado para que no nos pille esta coyuntura de cambios tan profundos y sesudos como se nos anuncian con la “revolución” de la derecha

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